Hace poco más de un año nuestro compañero Lucas Garra, alias LGARRA nos mostró el reportaje «De Tinduff a Badajoz» en primicia antes de ser publicado y ahora nos trae este estupendo reportaje sobre los Daños colaterales que sufren los refugiados saharauis, que esperemos que también pronto se publique y difunda como se merece.
Suerte y enhorabuena por el trabajo. Podeis hacer los comentarios en el foro.
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En 1975 estalló el conflicto. Marruecos organizó la Marcha Verde y más de 300.000 personas cruzaron la frontera saharaui dirigidos por el rey Hassan II. El Frente Polisario declaró la Guerra a Marruecos mientras miles de saharuis huyeron apresuradamente de sus casas hacia el desierto argelino. El gobierno de Argelia les cedió temporalmente una gran extension de arena y piedra, lugar donde 33 años después siguen viviendo como refugiados, distribuidos por varios campamentos de adobe y lona, a la espera de una solución a su difícil situación.

Los efectos de las minas antipersona, las balas y la metralla del combate y la falta de recursos económicos y sociales son las consecuencias de ese conflicto aún sin solucionar. Son los daños colaterales.

En el Centro de Heridos de Guerra y Víctimas de Minas ‘Martir Cherif’, situado, como todo lo que por allí hay, en medio de la nada, ciegos, paralíticos y amputados pasan las horas jugando al ‘Sig’, algo así como una mezcla de tres en raya y parchís o viendo las telenovelas de la cadena árabe Al-Yasira.


Sidi Ahmed tiene 46 años de edad y es el engarcado del Centro desde 1992. Trabajaba desactivando algunas de los cinco millones de minas que Marruecos enterró en la frontera con el Sahara occidental. Algo que hoy cree imposible lograr. Una le estalló en las manos y perdió su ojo izquierdo y varios dedos.

En algunos de los inquilinos de este Centro se pueden ver las cicatrices de la metralla. Ellos aún no creen que pudieran salvar su vida.


Marian es otro de los daños colaterales. Con 9 años el coche en el que viajaba junto a su familia voló por los aires al pisar una mina. Han pasado 31 años de aquella terrible explosión y sus piernas y uno de sus brazos nunca volvieron a moverse. Aunque tiene una silla de ruedas en este paisaje de arena su función sirve de poco, por eso Marian pasa las 24 horas del día metida en su habitación de adobe, tomando te y viendo la Tv.
Esta es una parte de los afectados por la guerra, los que han sufrido directamente en su cuerpo los efectos de la pólvora y el metal. Pero aunque en la actualidad no exista una guerra física, en los campos de refugiados se combate contra otros enemigos: las dificultades sanitarias y alimenticias y como siempre, los más perjudicados son los ancianos y los niños.

En el Hospital General de Rabuni no existen salas de espera. El pasillo (sin sillas) o la puerta de la calle puede ser un buen lugar para esperar a ser atendido.

La mayoría de los médicos están formados en Cuba y expiden las recetas en español, esto es un inconveniente para los ancianos que no dominan nuestro idioma. Mi traductor tuvo que informar a este saharaui que su médico le recomendaba ‘reposo sexual’

En el Hospital todas las dependencias son iguales. Es imposible diferenciar el ala de pediatría del de traumatología o estomatología salvo por los niños o bebés que en ella se encuentran. No hay cunas, ni moisés, ni cambiadores, ni decoración infantil, ni un sonajero, ni siquiera pañales en estas dependencias, por eso Mohamed y su madre Tuto esperan sobre una cama de adulto el diagnóstico del pediatra. Tiene una infección estomacal, algo muy común por aquí dada las condiciones de higiene.

Entré en otra lúgubre habitación, pero no lo ví. Estaba junto a Farra, su abuela. Dormía oculto bajo una melfa (velo típico).

Allí estaba, dormido, con una respiración pausada, normal en un bebé. Sin pañal. Solo un bodi tres tallas por encima de la suya cubría la parte superior de su cuerpo. Bajo la melfa doblada varios papeles de viejos periódicos hacían la función de empapador. Se llama Hafdla, es un niño de tres meses pero con el tamaño de un recién nacido. Los médicos afirmaron que probablemente es celiaco por eso no tolera los alimentos que le dan y corre un grave peligro.

El Hospital de Rabuni carece casi de todo pero es sorprendente ver un laboratorio de análisis y un área de radiografías. No menos sorprendente fue ver como le hacían una radiografía a la niña Abdi, sujetada por el doctor y Manina, su abuela.

Los más privilegiados parecen ser los dentistas. Están situados en un ala independiente del Hospital y su equipo de trabajo parace ‘casi nuevo’. Debido a la alimentación y la falta de higiene hace que la gran mayoría de estos refugiados tengan problemas bucodentales. Curiosamente la sala de espera estaba vacía.

Esto es solo lo que sucede en un pequeño rincón del desierto del Sahara. Detrás de esa gran planicie de arena que separa Argelia de Marruecos miles de refugiados viven en la desidia, acostumbrados a vivir de la ayuda humanitaria y alienados por las telenovelas. Pero ese es otro reportaje.
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Publicado por Isabel F. Alonso