Ahora éramos dos, directprint (mi printer, a partir de ahora llamado «direct») y yo, este hombre, un auténtico rey de las placas dejaría una huella profunda dentro de mi.


Un día San Caborian se hizo presente dos semanas antes de conocerle, yo estaba con mi KH7 y el sensor poniéndolo a punto y de pronto apareció…

Estas fueron sus palabras…

– Hijo mío,¿que sabes del positivado? –

Yo le respondí, – padre, creo que lo se casi todo, si una foto es buena es positiva y entonces se saca en papel, si es mala entonces es un negativo… –

Automáticamente me dió un hostiazo en la cabeza con una Hassel de placas y después de tirarme media hora sangrando, cambió la expresión de su cara y habló.

Hijo mío, como puedes seguir siendo tan caborian…. llama a infojobs y contrata un printer…

Direcprint (en adelante «direct») tenía un currículum impresionante, había trabajado en Polaroid viendo las fotos instantáneas que sacaba un grupo de directivos Japoneses en sus viajes a Occidente, también había formado parte del equipo de PS que desarrolló la herramienta Sombras e iluminación, era el encargado de meter un leñazo a las sombras y evaluar el efecto sobre la Curva Lab tirando a magenta. Además, publicaba fotos regularmente en un foro ruso sobre el positivado y su efecto en el cambio climático.

Era una persona de costumbres muy arraigadas, un compañero de viaje ideal, su piel tenía un color entre amarillo y rojo que le daba un aire muy asiático, aunque era de Andorra con ascendencia Gallega daba el pego, tenía una teoría, si los gatos siempre están limpios y no se lavaban…algo habría de cierto.

No le faltaba razón, en pocos días empecé a tener una tez parecida a la suya que para nuestro próximo viaje al Nepaloko nos vendría muy bien.

Este viaje había que prepararlo bien, tenía un encargo para la gaceta dominical de un importante periódico Checo y no podía fallar, mi misión era fotografiar a un misterioso personaje que poblaba aquella cima al que llamaban «El CHEti».

Muchas teorías y leyendas corrían por ahí, cada vez que las recordaba un escalofrío recorría mi espalda, era un extraño ser cubierto de una capa negra de cuero que sobrevolaba los cementerios del lugar y tenía aterrorizados a todos los nativos.

Directprint (en adelante «printer») estaba un poco en desacuerdo con el viaje, no lo veía muy claro y tuve que convencerle a costa de unos cuantos rollos de Velvia que devoraba regularmente con gran ansia, el problema es que siempre estaba estreñido pero el tío cagaba «de película».

El día que llegamos al pie de la montaña, establecimos nuestro campamento base junto a unas tiendas de unos compatriotas los cuales no paraban de hacer ruido, fue una noche horrible, me desperté unas 4 veces con la visión del «CHEti» sobrevolándome y con sangre en los dientes, estaba acojonado pero…un caborian no se arruga nunca o al menos eso pensaba…

Amaneció muy pronto y tuvimos que pegarnos un gran madrugón, eso de levantarme a las 11 am era un trauma, un artista tiene que dormir bien pero…las circunstancias mandaban y tenía que cumplir. Me había dejado la 10 D a la intemperie y estaba levemente congelada, lo hice con el convencimiento de que si la habituaba al clima del lugar funcionaría mejor y como la batería estaba helada se gastaría más tarde pero…creo que me equivoqué, ya estaba yo con el soplete listo y oí una voz que me llamaba.

Un tío grandullón y con la cabeza pelada me pidió que me acercara, me explicó que para arreglarlo, mejor le echaba agua hirviendo y así el sensor quedaba desinfectado y más sensible a la luz, efectivamente se descongeló al instante, disparé una ráfaga y ayudó a sacar el agua restante. El tiarrón se llamaba Orlondo Morondo y tenía un 1.200 ruso en el hombro, me presentó a su colega, este era más delgado y estaba con una liadora afgana en una mano y un angular en la otra, hacían una pareja de lo más variopinta, se llamaba Lurondo, estaban con un reportaje por encargo y llevaban una táctica muy curiosa, por ejemplo, para hacer un retrato, el tío más delgado se ponía a hablar con el modelo y le apuntaba con el angular y el grandullón como a medio kilómetro le apuntaba con el 1.200 y gritaba «Estáte quietu que me da un treintavo».

Joder, yo le dije a directprint (en adelante «direct») que teníamos que llegar a ese grado de compenetración, estaba claro que mientras uno le contaba algún rollo al nativo para que se quedara relajado, el del 1.200 le hacía unos retratos de la leche.

Nos pasamos todo el día haciendo los preparativos y bajamos a una aldea que había unos Kilómetros mas abajo a comprar los víveres, llegamos al campamento base muy cansados y mientras directprint (en adelante «direct») positivaba (era muy alegre y la Marihuana le hacía ver mejor las dominantes) yo hacía macros a todo lo que se meneaba por la tienda, hacía un frío de cojones fuera pero nuestros nuevos amigos debían pasarlo bien porque no paraban de dar voces.

Continuará…