Por Juan Ángel Caballero

El término fotogénico se utiliza generalmente para referirse a personas que quedan favorecidas al fotografiarse. En un primer estadio, la fotogenia intenta persuadirnos al potenciar nuestra belleza exterior, y lo hace por un hecho muy simple: «nuestra cultura considera que las personas físicamente atractivas aventajan a las no atractivas en una amplia gama de evaluaciones socialmente deseables, como éxito, personalidad, popularidad, sociabilidad, sexualidad, persuasividad y a menudo felicidad».

Pero, todos sabemos que ofrecer una buena pose, una voz armoniosa, o unos rasgos proporcionados, no es una garantía suficiente para ganarse la fotogenia. Quién no recuerda lo mal que han quedado fotografiadas personas que considerábamos atractivas, o por el contrario, quién no ha oído más de una vez la expresión: «aquella presentadora no es guapa, pero es fotogénica». Seguramente, nuestra presentadora nos ha convencido por parecer simpática y cordial, o simplemente por mostrarse sencilla e inteligible. Ello nos lleva a pensar que los rostros fotogénicos no participan de la belleza a menos cumplan con su función expresiva y comunicativa. Así, sólo podríamos hablar de rostro fotogénico (plano fotogénico del rostro) cuando sea capaz de mostrar tal como es y expresar con naturalidad y sencillez sus verdaderas emociones, y de esta forma, evocar en el perceptor un alto grado de atracción y una gran emoción positiva. Recordemos a éste respecto lo que opina J. Aumont: «…La belleza ya no sería la de la fotogenia, abstracta y fría, menos aún la del glamour, fabricada y engañosa, sino una belleza personal, interior, verdadero reflejo del alma».

Luis Buñuel llega aún más lejos y considera la fotogenia como un cúmulo de sensaciones provocadas por el propio lenguaje cinematográfico que van desde los primeros planos de las tomas o la armonía de las luces y las sombras, hasta el simple movimiento del actor, pasando por la desigual duración en el tiempo y distintos valores en el espacio de una serie de imágenes. Recordemos una de sus citas publicada en la revista “Poesía”:
“…Si nos limitamos a impresionar un hombre que corre, habremos conseguido el objeto del cinematógrafo. Pero si en la proyección, y en plena carrera, desaparece todo y vemos unos veloces pies, luego el desfile vertiginoso del paisaje, la cara angustiada del corredor, y en sucesivos planos el objetivo presenta abstraídos los elementos esenciales de esa carrera y esos sentimientos de su actor, tendremos el objeto de la fotogenia.”


Algunos eruditos han dividido el rostro en figuras geométricas tales como círculos, óvalos, triángulos, pentágonos, cuadrados, curvas y ángulos. Otros lo han circunscrito bajo razones   matemáticas basadas en la sección áurea (1:1’618), en potencias de 2, raíces cuadradas de 2, espirales gnómicas, o proporciones de 1/3, 1/5 ó 1/7. Aunque clásicamente hemos dividido la cara en tercios, siendo los puntos de reparto: el Triquión, la Glabella, el Vértice Subnasal y el Mentón.

No todos los rostros de los actores tienen estas facultades innatas, ya que existen de muchas formas y medidas. Hay caras cuadradas, ovaladas, y triangulares; cutis blanco y oscuro, de melocotón, con lunares, pliegues, arrugas y cicatrices; frentes curvadas y rectilíneas, anchas y estrechas; cejas planas y abultadas, finas y pobladas; globos oculares hundidos y saltones, amarillentos y rojizos; ojos redondos y achinados, verdes, azules y marrones; dorsos nasales cóncavos, rectilíneos, convexos y achatados; puntas nasales caídas, levantadas, globosas y aplastadas; narinas anchas y estrechas; pómulos abultados, rectilíneos y hundidos; labios delgados y gruesos; orejas largas y cortas, gruesas y finas; mandíbulas cuadrada y redondas, retraídas y prognáticas; mentones cuadrados, ovales, redondeados y puntiagudos, con hoyuelos y lisos.

Además, nuestra apariencia no se conforma con estas variantes anatómicas sino que se refuerza con las relaciones que se establecen entre dichas partes para crear su propia identidad. Así, una cara cuyo tercio inferior predomine sobre los otros tenderá a expresar poder y agresividad ya que la función principal de éste es la de la oratoria y la masticación; la prevalencia del tercio medio puede ser asociada con la emotividad y el sentimentalismo porque proviene de las funciones de los sentidos como el ver, oír, y oler; o cuando la parte alta de la cara es de superiores dimensiones el rostro mostrará serenidad e inteligencia por ser sede del órgano del cerebro, responsable del pensamiento y del control del movimiento del cuerpo.


Proporciones de los rostros masculino y femenino de acuerdo con los cánones de belleza resultantes de exhaustivas investigaciones antropométricas sobre un fenotipo que mezcla las etnias «Norte Europea» y «Mediterránea» con todas sus variantes, según Dr. G. Perseo.

No contentos con que nuestros rasgos faciales se comporten como agentes dinámicos que definan nuestra identidad y revelen múltiples emociones, nos interrogamos con la posibilidad de que ésta apariencia pueda ser manipulada, porque como es natural, todas y cada una de las expresiones faciales que articulamos no son controlables ni mucho menos, teniendo la gran suerte que la mayoría de ellas no pueden ser aprehendidas sino que se realizan de forma inconsciente al hacer florecer actitudes ocultas y reflejar nuestros verdaderos sentimientos. Seguramente las contracciones de nuestros músculos, cartílagos y huesos de frente, cejas, párpados, ojos, nariz, mejilla, labios, lengua y mandíbula, se activen para expresar el disgusto, el desanimo, el temor, el miedo, el desprecio, la burla, la decepción, la expectación, la sorpresa, la excitación, la relajación, o la alegría.