5 de agosto

Volamos a Keflavik (el aeropuerto internacional a 50km de Reykjavik), llegando a las 2AM. Poco antes de aterrizar vemos el volcán Fagradalsfjall y su pirocúmulo desde la ventanilla. No compramos SIM locales porque hay un acuerdo de roaming con la UE. Además de mapas digitales en el teléfono, traemos el mapa de carreteras de Freytag & Berndt, siempre de lo mejorcito. El plan es carretera y manta.

Recogemos el coche de alquiler, un Dacia Duster 4×4, en Blue Rent-a-Car. Utilizar un coche normal por Islandia limita mucho las opciones de a dónde ir y puede ser inseguro. Hay muchas carreteras por las que está directamente prohibido ir si no llevas uno, y el seguro del coche no se hace cargo. Son las que tienen nomenclatura empezando por F, las F-roads. Y en muchas otras, aunque no sean oficialmente F-roads, se agradece.

Nos quedamos en el ACE Guesthouse de Keflavik. No muy grande pero confortable y conveniente, muy cerca del aeropuerto. Lo han dejado abierto para que entremos sin hacer ningún tipo de check-in. Será así la mayor parte del viaje.

Pero antes tengo un regalo en el aeropuerto. Me caigo con la mochila y demás carga y además de hacerme heridas por medio cuerpo probablemente me rompo una costilla.

6 de agosto

Salimos sobre las 10am para hacer el recorrido turístico más típico de Islandia, el Círculo Dorado en el entorno de Reykjavik. La carretera hacia la capital es la única con doble carril que vimos en toda la isla. En la circunvalación paramos en un súper para coger algo de comida y agua; la intención es no parar a comer hoy. Son sorprendentemente caros. Y empezamos ya a pagar todo con tarjeta/móvil. Haciendo cálculos al final del viaje las comisiones son del 2% y la comodidad lo vale. Sacamos en un cajero muy pocas coronas (unos 200€ al cambio) por si en algún sitio no había línea para las TPVs. Una gran cantidad de surtidores de gasolina del país están desatendidos y sólo se puede pagar con tarjeta. La gasolina en cambio no es tan cara, unos 10 céntimos más por litro.

La primera parada del círculo dorado es Þingvellir. Es un lugar de importancia histórica -dicen que es el primer parlamento democrático del mundo, que se celebraba al aire libre- y también geológica: se trata de un valle en mitad de la dorsal mesoatlántica, una parte está en la placa continental europea y otra en la americana, separándose varios centímetros al año.

Está bastante concurrido pero es accesible y muy bonito, los muros del lado americano son impresionantes. En el centro del valle hay una iglesia con poco xeito y la residencia de verano del primer ministro (y antes del rey), sorprendentemente sencilla. También hay un lago en el que se puede bucear para ver -y tocar- las paredes de la hendidura de la dorsal.

La segunda parada es en el campo geotermal de Hukadalur, donde se encuentra Geysir, que da nombre a este fenómeno en el resto del mundo, pero que está durmiente. A pocos metros hay otro que sí está activo y cada pocos minutos lanza agua a unos 20-30 metros de altura.

Es un sitio interesante, pero si has estado en otros como el Tatío en Atacama o Rotorúa se hace pequeño, la verdad. En cualquier caso no hay que desviarse del camino para verlo así que la parada merece la pena. Un cartel advierte que no toques el agua, que el hospital más cercano está a 62 km.

La tercera parada del círculo dorado es la primera de muchas cascadas que veremos en la isla: Gullfoss. Al final acabas por darle menos importancia al espectáculo que representan, pero la verdad es que son increíbles. En muchas de ellas se pueden ver arcoiris formados por el espray de agua.

El agua cae por varios escalones y cortes en diagonal al curso del río para acabar encañonada y rodeada de columnas de basalto. Hay un sendero para acercarse -mucho- al escalón superior, y mojarse un poco por el camino.

Esa noche dormimos en Selfoss, en los BSG Apartments, que lleva una familia que vive en la casa de al lado. De camino paramos en la pequeña caldera de Kerið con una laguna dentro.

El apartamento es bastante amplio y bien equipado aunque un poco desfasado. Baño y cocina completa. Descansamos un poco pero antes de acabar el día tenemos una última visita. 150km extra por un paisaje increíble y una caminata de casi dos horas con algo de desnivel para ver en directo un volcán activo. Un espectáculo poco frecuente (al menos cuando empezamos el viaje) y tremendamente impresionante.

Vemos la caldera principal en ebullición desde una colina a unos 500 metros y bajamos a un pequeño valle a tocar la colada. En la punta está fría, a unos 50 metros está ya calentita y saliendo gases por fisuras, y no me atrevo a avanzar mucho más. Es una colada de lava muy fluida que se ha solidificado, no como la que genera los campos de piedras del malpaís de Canarias, que aquí hay también en muchas zonas.

7 de agosto

Empezamos la ruta de la costa sur, que es una gran sucesión de llanuras aluviales flanqueadas a un lado por el mar y al otro por mesetas, montañas y glaciares de los que bajan cascadas por todas partes. Circulamos por la carretera 1, que da la vuelta a la isla en un recorrido de alrededor de 1300 km. Hay zonas muy verdes por las que pastan ovejas. El chiste local es que son el animal más peligroso de Islandia, y tal y como salen a veces a la carretera no lo dudo, sobre todo porque apenas hay otra fauna.

Visitamos el pueblo pesquero de Stokkseyri con un puerto mínimo y un museo (cerrado) de los fantasmas. Desde casi todo el pueblo y durante muchos kilómetros puede verse una zona de costa formada por sucesivas coladas volcánicas que forman una especie de rasa litoral muy irregular.

Pasamos por debajo el glaciar Eyjafjallajökull -el que originó un caos aéreo en toda Europa en 2010- y del que bajan varios grupos de cascadas. En el primero la más vistosa es Seljalandfoss, que se puede pasear por detrás. Está en una especie de acantilado de donde bajan otras no tan vistosas y Gljufrafoss, que está un poco oculta. Nosotros no sabíamos que estaba allí y nos la perdimos estando a unos pocos metros.

Unos kilómetros después del Eyjafjalla baja otra cascada, una de las más bonitas de Islandia: Skogafoss. Tiene 25 metros de ancho y 60 de alto, y cae a una zona llana como si fuera una cortina perfecta. Hay una escalinata lateral para subir a un mirador en lo alto. Junto con las anteriores son de las más turísticas porque están muy cerca de Reykjavik, pero no dejan de ser una buena visita y no hay que desviarse de ruta para verlas.

Continuando por Hringvegur, la ruta 1 o Ring Road, cruzamos una zona aluvial enorme con la parte más cercana al mar cubierta de una especie de grava en la que no crece nada. Se trata de lahar, un flujo de sedimento y agua que se moviliza desde las laderas de volcanes. Después del puente que cruza el amplio río Jokülsa á Sólheimasandi es posible hacer dos actividades: subir hasta el frente de una lengua glaciar o caminar 7 km ida y vuelta para ver los restos de un Douglas Dakota que hizo un aterrizaje de emergencia en la playa en 1973, y por el camino ver de cerca cómo es un lahar. Nosotros hicimos esto último.

Siguiendo por la ruta se llega al pueblo de Vík í Mýrdal (o simplemente Vík -bahía-), donde comemos en el Ice Cave Bistró, que forma parte de un centro comercial de Ice Wear, una de las marcas locales de ropa de invierno y montaña. Sopa de cordero y chuletas de cordero, bienvenidos a la comida local.

Después retrocedemos un poco para visitar dos puntos que merecen mucho la pena: Dyrhólaey y Reynisfjara. El primero es una punta con un faro y con un pequeño acantilado donde anidan frailecillos, fué nuestro primer contacto con ellos.

La segunda es una larguísima playa de arena negra que en el extremo este (al lado del parking) tiene unas preciosas columnas de basalto y varias cuevas, aunque para ver éstas últimas hay que tener cuidado con las olas y la marea.

Esa noche tuvimos la primera experiencia islandesa de dormir en una cabaña en mitad de la nada -The Holiday Houses, la nuestra es la número 3- después de cruzar otro lahar enorme y un poco antes de llegar a Kirkjubæjarklaustur. La cabaña no es muy grande y está en un meandro de un río, por lo que hay un montón de bicherío, aunque eso no incluye mosquitos. Aquí dormiremos dos noches para hacer excursiones y actividades por la zona de Skaftafell. El primer día nos dejamos la calefacción del baño encendida -que como en muchos otros sitios es geotermal- y a la vuelta, junto con el sol pegando todo el día en el tejado de chapa, hace un calor insoportable. A pesar del bicherío, toca ventilar la casa al anochecer un buen rato para poder dormir.

8 de agosto

Salimos en dirección este a Skaftafell, un centro de actividades y salida de excursiones. Por el camino cruzamos el lahar más grande de la isla, y en el que se encuentra un monumento con los restos del puente de Skeiðará. En 1996 un volcán entró en erupción bajo la capa de hielo del Vatnajökull, el glaciar más grande de la isla y de Europa. La nieve fundida se fue acumulando en un lago y cuando rompió el dique de contención del propio glaciar bajó violentamente destrozando todo a su paso y cambiando completamente la morfología del paisaje en un área muy grande. El puente estaba preparado para dejar pasar una gran cantidad de agua, pero no icebergs del tamaño de un edificio. Desde el monumento se pueden ver dos lenguas glaciares bajando del Vatna.

Un poco después llegamos a la zona de Skaftafell, donde hay un camping y varios centros de actividades. Hay varias rutas de senderismo, nosotros elegimos subir a Svartifoss. Si, otra cascada, pero no una cualquiera. La cortina de agua en sí no es muy grande, pero el entorno en el que se enmarca es increíblemente bonito. Parece un gigantesco órgano de tubos hechos con columnas de basalto, muchas de ellas colgando sin estar soportadas desde la base. Es una ruta sencilla con terreno fácil y sólo algo de pendiente al principio.

Después seguimos camino hacia la laguna de Jökullsárlón y la playa de los diamantes. Una lengua del glaciar Vatna llegaba hace décadas al mar, pero su retroceso ha dejado una laguna de agua dulce llena de icebergs que lentamente se desprenden de la pared frontal hasta llegar al mar.

Y lo hacen por el desagüe de la laguna, que se cruza por un puente. A los dos lados del puente hay playas de arena negra. La playa del este es la llamada playa de los diamantes, por los icebergs que llegan a ella y a ratos quedan varados a la orilla. En el proceso de derretirse van dejando fragmentos muy transparentes y según les de la luz, brillantes.

Rehacemos el camino para volver a dormir en la cabaña número 3, aunque esta vez no nos olvidamos la calefacción puesta.

9 de agosto

Volvemos a la zona de Skaftafell, tenemos una reserva a las diez al lado del aeródromo -en todo el país salen como setas- para una actividad guiada con Tröll Expeditions: trekking con crampones en una lengua glaciar. Escuchamos hablar mucho español, hay guías españoles y chilenos aunque a nosotros nos guiará una islandesa. Hacemos un pequeño trayecto en coche, una aproximación corta, cruzamos un puente -y los dedos para que no se caiga-, nos calzamos los crampones y para arriba. Hay 20° y los guías van en manga corta. Pensábamos que iba a hacer mucho más frío y no traemos nada de ropa de verano. Error. Un buen paseo por el glaciar hasta que empiezan las grietas y de vuelta para abajo.

Nos cuentan que en la lengua de al lado se rodó Interstellar. También nos enseñan unas minúsculas bolas de musgo endémico que crece a velocidades de milímetros por año; y por supuesto cómo está retrocediendo el glaciar, como casi todos. La siguiente parada es de nuevo Jökullsárlón, tenemos reservada una actividad de navegación en zodiac por la laguna. También se puede visitar en unos barcos anfibios muy curiosos, pero no se pueden acercar a una zona donde hay focas.

Hemos llegado muy pronto y nos vamos a comer cerca, al pueblo de Reinivellir. Pasta y trucha marina de acuicultura, bastante buena. Paseamos un poco por la zona, pero está lleno de charranes árticos, que son como gaviotas pequeñas pero más guarros y más agresivos, así que tenemos que alejarnos. Quizás estén criando pollos. Para subir a la zodiac nos dan un mono de flotación. Además de abrigar mucho -navegando por la laguna hace mucho frío- si te caes se infla y flotas.

Nos acercamos a toda velocidad hasta 30 metros del frente del glaciar, el máximo permitido; damos una vuelta alrededor de varios icebergs enormes y luego visitamos una zona de islotes donde están tomando el sol un grupo de focas.

Nos cuentan que entran en la laguna porque ahí no hay depredadores; fuera hay orcas. Hemos tenido suerte y durante la navegación está despejado. Por lo visto el grupo de la mañana lo hizo con una niebla tan densa que no vieron nada. También hay niebla al marcharnos; navegar muy rápido sin ver más allá de unos pocos metros requiere confianza en la gente que te lleva.

El resto del día seguirá con niebla. Pasamos sin parar por el puerto de Höfn (que significa puerto) famoso por sus cigalas del tamaño de langostas y buscamos entre la niebla la cabaña de hoy: Stafafell cottages. Sin ayuda de un GPS no la habríamos encontrado ni de coña. Está de nuevo ‘middleofnowhere’ y abierta para nosotros. Sólo nos comunicamos con el dueño por whatsapp. Es la nuestra, sí, la amarilla.

Acogedora y grande, para cuatro personas. Pero al igual que muchas otras no tiene nada parecido a una persiana. Aunque no estamos en el solsticio anochece a las 11 y amanece a las 4.

10 de agosto

Hemos acabado la zona más turística del país y entramos en otra parte del viaje, los fiordos del este. Junto con el norte y los fiordos del noroeste es la parte más despoblada y desolada del país. Terra incognita si es que eso existe en los tiempos de internet en el móvil y Google maps. Primero pasamos por una zona con varias lagunas costeras cerradas del mar abierto por estrechas barras de piedras negras que quizás fueron morrenas. Por todo el litoral del país hay muchas. Algunas están llenas de cisnes. Paramos en el mirador de la playa de Lækjavik, con unos curiosos monolitos en mitad de la arena negra. Después entramos de lleno en los fiordos; sus acantilados son altos y la carretera -sigue siendo la ruta 1- serpentea por la parte de abajo de la ladera rodeándolos de uno en uno.

El primer sitio en el que paramos es Djúpivogur. Es un pequeño puerto pesquero y a esa hora está poco animado a excepción de un crucero que está amarrado a sus muelles. Tenemos bastante ruta por delante y no nos paramos mucho, aunque la punta del cabo tiene buena pinta para visitar.

El siguiente entrante lo cruzamos por un puente y una morrena en Breiddalsvik, y recorremos dos fiordos más no muy grandes, de unos 3-6 km de fondo. En el primero -Stöðvarfjörður- hay un pequeño museo de rocas y minerales recolectados durante décadas por Petra Ljósbjörg. La colección es muy grande… y muy repetitiva, lo más abundante es jaspe y calcedonia. Continuamos camino hasta llegar a Reyðarfjörður, el más grande de los fiordos del este, que aloja una fundición de aluminio de Alcoa.

En su día fue un proyecto muy cuestionado por su impacto ambiental, tanto de la factoría como de la central hidroeléctrica que se hizo para ella. Para llegar al fiordo hay que cruzar un túnel y muy cerca de su entrada sur se puede ver una sucesión de cascadas que bajan erosionando la ladera y descubriendo el basalto bajo el suelo vegetal.

Nuestro destino para dormir está en el siguiente fiordo, en Neskaupstaður, el fiordo más oriental de Islandia. Se llega a través de otro túnel; hasta 1949 sólo era accesible por mar. Es un pueblo mediano, con algo de ambiente y construido en forma de terrazas sobre una suave ladera. Nos alojamos en Hildibrand Hotel, en un apartamento de superlujo con terraza con vistas al fiordo. En el extremo del pueblo comienza un área natural protegida por la que se puede caminar hasta llegar a ver una cueva en una playa de cantos rodados.

Por este recorrido es posible ver ballenas desde la costa algunos días, pero hoy está nublado. Al principio de la ruta hay un pequeño -y feo- faro. En toda la zona de los fiordos veremos muchos exactamente iguales. Parece que los compran en Ikea, como las iglesias de los pueblos. Un paquete plano y una llave allen.

11 de agosto

Lorena ha localizado un ‘hot spot’ para ver frailecillos un poco fuera de la Ring Road. Volvemos a la ruta 1 y antes de entrar en Egilsstaðir, la mayor ciudad del este, cogemos la ruta 94 al norte hacia Borgarfjörður Eystri.

Tiene una pequeña dársena pesquera y al lado de esta hay un promontorio donde nidifican docenas de frailecillos y gaviotas. Hay una escalera y una plataforma de observación. Desde la plataforma se ven muchos, pero muy lejos. Pero subiendo por la escalera hemos tenido suerte y un frailecillo con la boca llena de pescado (sand eels, anguilas de arena, aunque no son realmente anguilas) se ha posado muy cerca para que le hagamos retratos de frente y de perfil.

Estamos rodeados de un grupo organizado de fotógrafos con unos teleobjetivos enormes y carísimos, aunque ninguno de ellos parece preocupado por buscar un fondo limpio tras el pajarillo o una perspectiva a su misma altura. Los frailecillos no son muy grandes (tamaño paloma), aletean muy rápido (no pueden planear) y tienen un pico y unas patas de un característico color rojo anaranjado que se vuelve gris en invierno, el que pasan íntegramente en el mar sin volver a tierra. En primavera-verano hacen nidos en forma de cuevas en las laderas de hierba de los acantilados, a los que vuelven año tras año con la misma pareja de la que han estado separados todo el invierno.

Volvemos por pistas de tierra (rutas 944 y 925) pero antes de reincorporarnos a la Ring Road vemos un puente que cruza el cañón de un río flanqueado por columnas de basalto y hacemos la parada de rigor.

El siguiente tramo de la ruta 1 atraviesa parte de las tierras altas del centro de la isla y ya no hay apenas vegetación. Es un paisaje desolador durante muchos kilómetros, con pocas curiosidades para parar. Comemos en otro ‘middleofnowhere’ -Fjalladýrð Kaffi- una sopa de cordero, un perrito caliente y a seguir.

Poco después hay una carretera al norte por donde se puede llegar a Dettifoss y Selfoss, las cascadas con mayor caudal de Islandia y de Europa (unos 500m3/s) que se disponen una a continuación de la otra en el mismo río con unos doscientos metros de separación.

Se pueden visitar en su lado este u oeste pero hay que decidirlo mucho antes de llegar porque el único puente está muy lejos (el ‘Golden Gate Bridge of the Highlands’). Nosotros accedemos por el parking oeste, desde el que hay una corta caminata a través de un paisaje de basalto bastante marciano. La zona es de un color entre grisáceo y marrón muy claro y el agua de las cascadas baja cargada de sedimentos del mismo color. A veces cuesta distinguir el borde. Por todo el cañón pueden verse columnas de basalto. Enfrente vemos a los que han accedido por el lado este, que pueden acercarse mucho más al borde por donde se precipita el agua en Dettifoss, la más famosa y la que está aguas abajo.

El destino final del día es la zona de Mývatn (literalmente el lago de las mosquitas), un lago de origen volcánico con una de las zonas termales más activas de la isla, ya que está en el camino de la dorsal mesoatlántica. Poco antes de llegar hay un mirador desde donde se puede ver toda la zona desde lo alto. Llegando al lago paramos en un supermercado en Reykjahlíð y compramos uno de los productos estrella de la zona: una malla para proteger la cabeza de las mosquitas (que no mosquitos), aunque finalmente apenas la usamos. Quizás no es la peor época.

Hoy dormimos en Guesthouse Hvítafell, un poco al norte. Una cabaña a las afueras de un pueblo, para variar. Tenemos hasta un baño caliente exterior.

12 de agosto

Hoy vamos a dedicar todo el día a visitar el entorno de Mývatn. La primera visita del día es al campo de lava de Krafla, en donde hay una caldera de 10 km de diámetro con una zona de fisuras de 90 km. La última erupción es de 1984 y todavía en algunos puntos pueden verse gases saliendo de la grietas. Algunas partes de la lava están calientes aún. Hay un parking a 1 km del campo y después de la primera subida por una destartalada pasarela de madera vemos una laguna de aguas termales burbujeantes. Hay varios senderos para recorrer partes del campo de lava y zonas acotadas por su peligrosidad (por caídas o por temperaturas).

La carretera que va a Krafla pasa por un campo de aguas termales plagado de pozos perforados para alimentar de vapor a alta presión a una planta de energía eléctrica que junto con otras tres en la isla producen una buena parte de las necesidades del país, nada menos que el 65%.

Si unimos un 20% de energía hidroeléctrica y que el 85% de las viviendas tienen calefacción de origen también geotermal, estamos en uno de los países con mayor uso de energía renovable del mundo. En la parte alta de los campos de pozos puede verse un cráter con un hermoso lago azul. Bajando de Krafla, en el encuentro con la ruta 1 está la zona geotermal de Hverir con un buen número de pozos de lodo gris burbujeando y fumarolas de gases con olor a huevos podridos, característico del ácido sulfhídrico. De las laderas de la montañas que las rodean bajan depósitos minerales de diferentes tonos amarillos, ocre, blanco y gris. Es de los sitios más marcianos de la isla sin duda, y muy accesible.

A continuación bajamos de nuevo al lago para rodearlo y ver varias zonas con curiosidades geológicas. La primera es otra zona de campos de lava con formaciones muy curiosas, los castillos oscuros de Dimmuborgir. Las estructuras son muy verticales, tienen orificios y cuevas por los que se puede pasar y hay abundante vegetación, no es un campo de lava reciente. Tiene varios senderos señalizados aunque resulta fácil perderse.

Al norte está el cráter del Hverfjall, aunque no lo subimos. Comemos en Daddi’s Pizza (muy amables, buen precio) y continuamos ruta hacia el sur. En el borde sur del lago hay una zona de seudocráteres volcánicos, Skútustaðagígar, que se pueden recorrer por pasarelas de madera y tramex. No son respiraderos de lava sino que se formaron por explosiones cuando la lava fluyendo en superficie se enfrió en contacto con el agua. Hay un recorrido corto, de poco más de 1 km y uno largo rodeando la laguna de Stakhólstjjörn, que está llena de patos y muchas otras aves, siendo un lugar de observación muy conocido. También está llena de mosquitas. En este segundo recorrido puede verse el mayor de los seudocráteres, de cerca de 100 metros de diámetro.

Completamos la vuelta al lago y nos vamos al siguiente alojamiento -Guesthouse Brúnahlíð- una cabaña agradable y bien equipada en la ruta 87 camino de Húsavik. Ese es nuestro destino mañana para una salida a navegar y ver ballenas, así que como está cerca vamos a conocer el pueblo y localizar el sitio de salida de nuestro barco. Húsavik está también en la dorsal mesoatlántica y está en Skjálfandi que significa ‘la bahía de los terremotos’. En la zona hay unos 300 al año, la mayoría imperceptibles salvo por los sismógrafos.

El puerto de Húsavik es uno de los más grandes del norte y el destino preferido para ver ballenas. Aunque se sale de muchos sitios, incluido Reykjavik, aquí es donde hay más posibilidades. El pueblo es bastante más grande que los que nos hemos cruzado por muchas partes de la ruta que no son más que una gasolinera, una iglesia y un par de casas. Hasta la iglesia es un poco diferente de las de Ikea de los pueblos pequeños.

Otra de las actividades que se puede hacer es que te lleven a Flatey, una isla plana a unos 15km del puerto y te dejen allí todo el día a hacer yoga. Nos imaginamos a los marineros del pueblo bebiendo a la salud de los yoguis -y con su dinero, es una actividad muy cara- y nos da un ataque de risa.

13 de agosto

Madrugamos para ir al barco de observación. Es un barco ballenero reconvertido al turismo. En el mismo pantalán nos dan un traje parecido al de las zodiac, que aunque no flota y no tiene capucha, abriga mucho y nos hará mucha falta: estamos a 40 km del círculo polar y el océano ártico. La salida es de unas 2h30 y nuestra guía es española. Trabaja aquí en verano y en el mediterráneo en invierno. Cruzamos la bahía hasta la otra punta siguiendo el camino e indicaciones de otros barcos y zodiacs.

Por el camino vemos muchos grupos de delfines, los más espectaculares los delfines de hocico blanco (Lagenorhynchus albirostris) que se dedican a jugar y saltar siguiendo la estela del barco.

Casi a punto de rendirnos vemos dos ejemplares de rorcual aliblanco o de Minke (Balaenoptera acutorostrata). Este tipo de ballenas no es muy grande, arquea muy poco la espalda y al sumergirse no muestra la cola como otras especies.

En la bahía es posible ver también ballenas francas, ballenas azules y orcas, pero nos dicen que el agua está mucho más caliente de lo habitual y las ballenas se han ido al norte a buscar comida. Los delfines se quedan porque sí hay su comida: bacalao, abadejo y otros peces similares. Volvemos a puerto y a la ruta 85 para enlazar con la 1.

Al llegar a la Ring Road retrocedemos un par de kilómetros para visitar Goðafoss, una de las cascadas más bonitas del viaje. Hace un arco muy amplio y caen cortinas de agua a lo largo del todo el perímetro. Al igual que en Dettifoss puede visitarse por las dos orillas, pero esta vez el puente está al lado. Nosotros lo hacemos desde el lado este, por el que se puede bajar a ras del agua para tener una vista aún más espectacular.

Luego volvemos a la ruta 1 camino de Akureyri, la ciudad más grande del norte y segunda de Islandia, al fondo del Eyjafjördur. Para llegar a ella hay que cruzar un túnel con peaje que nos saltamos por desconocimiento. Nos lo cobrarán en la tarjeta que dejamos en el alquiler del coche. Es una ciudad portuaria con un pequeño centro turístico y una calle -Hafnarstraeti- donde se concentran los locales para comer o comprar souvenirs. Desde el puerto salen cruceros y también barcos para observar ballenas.

El resto de la ciudad son barrios residenciales de casitas clonadas y una iglesia horrible.

Para seguir ruta hacia nuestro destino de hoy, Blönduós, podemos seguir por la ruta 1 o rodear por la costa norte la península de Tröllskagi, que es lo que hacemos. La carretera 76 atraviesa varios fiordos y varios túneles. El primero de ellos, después de una vistosa cascada, tiene cerca de 2 kilómetros y es muy claustrofóbico. Es muy estrecho, bajo, y tiene sólo un carril; cada cierto tiempo se ensancha para dejar cruzarse coches. Por delante de nosotros ha pasado un tráiler enorme.

A la salida estamos en Ólafsfjördur y después de un par de túneles más (estos un poco más amplios) llegamos a Siglufjördur, una antiguo puerto pesquero lleno de factorías de arenque reconvertidas en museos. Los bancos de arenques dejaron de pasar por aquí hace décadas. También hay una especie de hotel balneario decadente donde Sorrentino podría rodar perfectamente un remake de La giovinezza. En el exterior y a la vista de cualquiera que pase por la carretera están los baños termales. Esta también es una zona de ski en otras épocas del año.

Un túnel más y las carreteras 76 y 744 nos llevan serpenteando por una costa hasta Blönduos, con un paisaje bellísimo de acantilados e islas, muchas de ellas unidas a la principal por barras de piedras (¿morrenas?) . Es un pueblo pequeño con dos partes separadas por un río y en el medio de este una isla en la que se puede pasear y ver pájaros.

Hoy dormimos en un sitio curioso, Kiljan Apartments & Rooms. Siguiendo las instrucciones recogemos las llaves (en realidad un código numérico) en un bar cercano a una señora un poco rara. La casa no lo es menos. Nuestro apartamento es muy grande pero parece que lo decoró en los 70 un fan de ABBA.

Tiene una galería preciosa con vistas… a un cementerio. Además está lleno de carteles de advertencia de todo lo que tendrás que pagar si hay el más mínimo problema, como con el mobiliario -que se cae a cachos-.

14 de agosto

Hoy empieza nuestra ruta por los fiordos del noroeste, la zona más despoblada e inhóspita del país. El primer trayecto nos lleva a nuestro destino para dormir hoy, Hólmavik. Es un bonito pueblo pesquero con un museo de la brujería y el ocultismo. Nos quedamos en Guesthouse Steinhúsið, que presume de ser uno de los primeros alojamientos de la zona y también el primer edificio hecho de hormigón. La construcción más típica aquí es de madera para la estructura y chapa para tejado y paredes. Tiene varios apartamentos. El nuestro está en un semisótano, es muy acogedor y está muy bien equipado. Accedemos con un código a un cajetín de llaves. En todo el viaje apenas vimos a ningún anfitrión.

Desde Hólmavik la guía Lonely Planet nos recomienda ir a Djúpavik, por una carretera que es un fondo de saco y que no tiene denominación de F-road, pero que no tiene apenas tramos asfaltados. A pesar de eso las carreteras de grava de toda la isla en general están muy bien mantenidas y es posible circular por ellas bastante rápido con seguridad. Salvo cuando vas serpenteando por un acantilado, claro. Hay también un par de tramos que suben y bajan a un puerto de montaña. Estas son las zonas donde de verdad agradeces un coche alto y con tracción integral.

Djúpavik es un antiguo asentamiento con otra factoría de arenque abandonada y reconvertida en centro de arte alternativo. La casa donde vivían las trabajadoras de la factoría ahora es un hotel. Desde la meseta superior por detrás del pueblo cae una cascada casi al propio pueblo. Si buscas un lugar para desaparecer del mundo, este es un gran candidato. En muchas de las playas hay madera de deriva. Ha venido flotando desde Siberia o Alaska.

La carretera continúa hacia el norte pero decidimos no continuar. Ya han sido muchos kilómetros hoy. Los continuos carteles advirtiendo de desprendimientos tampoco animan mucho. Volvemos a Hólmavik y caminamos un poco por el pueblo y los alrededores. Aparte del museo-restaurante de las brujas hay poco que hacer. Hay una iglesia en un alto al que se sube por una escalera de peldaños pintados con los colores de la bandera arcoiris.

Esa es una constante por el país, banderas arcoiris por todas partes. A la entrada del pueblo hay otro de los innumerables aeródromos de la isla.

15 de agosto

Hoy toca recorrer toda la carretera de la península sur de los fiordos del oeste. Cruzamos a la costa sur por la carretera 61 y desde ahí cogemos la 60 hacia el este. Todo el primer tramo está lleno de pequeños fiordos de orientación norte-sur y separados por zonas de tierra parecidas a dedos. Algunos son bajos, pero la mayoría son altos y hay que cruzarlos por arriba, por una carretera de montaña. Hay nubes bajas y en las zonas de más altitud estamos rodeados de niebla y a ratos lluvia. Algunos fiordos en cambio los cruzamos por morrenas con un pequeño desagüe y un puente.

Hoy dormimos en otra cabaña ‘middleofnowhere’ con las siguientes indicaciones: Hagi 2 Road 62 nr 1. En el mapa aparece un poco después de un estuario, pero por experiencias anteriores las coordenadas de Booking con frecuencia están mal. Sin embargo, circulando por la carretera 62 encontramos un cartel con un desvío que pone Hagi 2 y al final de una pista y pasada otra iglesia de Ikea hay una granja con dos cabañas. Localizado.

Seguimos camino hacia el este buscando una playa de arena rosa (en realidad es amarilla) y Látrabjarg, la punta más occidental de Islandia (y de Europa si no contamos Azores). El camino para llegar a los dos sitios cambia del lado sur al lado norte de la península varias veces por una pista de montaña en mal estado por las obras y con bastante barro rojo. Pero sin duda merece la pena el espectáculo. La playa de Rauðisandur tiene dos entradas, en la más oriental hay un camping, y a veces hay focas. Nos acercamos a la orilla y hay una valiente bañándose. En el otro extremo hay de nuevo un montón de charranes poco amigables, y además no se puede llegar a la orilla sin cruzar un río profundo

El camino al faro de Látrabjarg pasa por varias playas, varias zonas con pedreros y amenaza de desprendimiento y cuando llegas encuentras unos acantilados muy altos llenos de gaviotas (y quizás en otra época frailecillos). También puede verse por esa carretera un barco varado y los restos de otro avión, un DC-3 desguazado.

Y por supuesto otro aeródromo. Antes de volver a la casa nos desviamos a lado norte del fiordo, a Patreksfjördur, que parece el único sitio de la zona para comprar, comer, poner gasolina y incluso pasarle una karcher al coche, que ya ni sabemos de qué color es debajo de tantas capas de barro. De vuelta a las cabañas de Hagi 2 están las dos cerradas y después de un par de llamadas con poco éxito (quien contesta sólo habla islandés) aparece una señora mayor con aspecto de grajera a lomos de un quad que nos da el código de la caja llavero. Es un apartamento amplio, muy nuevo y muy bien equipado. Y tiene algo que casi parece una persiana. Casi.

16 de agosto

Hoy tenemos una cita ineludible. A las 18:15 tenemos que coger un ferry para cruzar el Breiðafjörður. Si lo perdemos tendremos que añadir casi 400 km de carretera. Diseñamos una ruta casi circular pasando de nuevo por Patreksfjördur y siguiendo al norte por dos fiordos más hasta una cascada de Dynjandi y de ahí al sur al ferry. Las carreteras son todas de grava, a tramos en obras, niebla y a ratos llueve. Fiestón islandés. Pero el paisaje y la sensación de desolación y de estar en el fin del mundo merece la pena. De hecho en Arnarfjörður, el tercer -y más grande- fiordo del día, hay una leyenda de un monstruo marino mitad serpiente mitad dragón. Hic sunt dracones. Las pocas poblaciones que hay son pequeñas y con poco que hacer o ver. En Bíldudalur hay un museo del monstruo.

Siguiendo camino vemos una cascada pequeña, Fossa, pero lo que más nos llama la atención es que en el puente de al lado hay un coche estampado. Aparentemente lleva allí mucho tiempo. Supongo que desplazar hasta ahí los medios necesarios para recuperarlo no es fácil. Como los barcos varados. O los aviones, salvo que en estos últimos suele haber una cafetería de alguien que ha aprovechado para montar un negocio.

Cruzando de nuevo por un puerto de montaña y una carretera en obras, llegamos a una meseta y en su borde un puente desde el que cae agua por otra cascada. Bajando la carretera hasta el mar vemos el fondo de un fiordo con un crucero fondeado y una sucesión enorme de cascadas, que desaguan el torrente que vimos en el puente. Se puede subir a la más grande arriba de todo por un sendero. Estamos en el final de la ruta, en Dynjandi.

Hay bastante gente y merenderos. Y es que hasta aquí además de 4×4 como el nuestro también llegan autobuses de línea regular. Sólo avanzamos un par de kilómetros para ver una central hidroeléctrica con el mismo nombre. Desde ahí cruzamos otro puerto de montaña para llegar directos al ferry. Llegamos una hora antes y casi inauguramos la cola. Lo bueno es que al entrar por la popa y salir por la proa seremos de los primeros en salir en destino. First in first out. Eso sí, nos estofan como sardinas en la bodega y llegar hasta el coche luego es una odisea saltando por encima de otros.

Es un trayecto de dos horas y media con una parada intermedia en otra isla plana con el mismo nombre, Flatey. Dicen que hay la probabilidad de ver orcas o otras ballenas por el camino, pero no tenemos suerte. El ferry llega a Stykkishólmsbær, un puerto en la punta de una península y nos vamos directos a la cabaña de hoy, que esta vez no está aislada sino que forma parte de un complejo. En el edificio principal nos dan las llaves y de cenar. Bacalao y eglefino (ling en inglés, lo tuve que buscar) bastante sabroso, y una sopa random de primero. Hemos llegado a la península de Snæfellsness.

17 de agosto

Hoy vamos a rodear la península de Snæfellsness. En su extremo occidental hay un volcán cubierto con un glaciar -Snæfellsjökull- en el que se inspiró Julio Verne para su Viaje al Centro de la Tierra, aunque no lo veremos por la niebla. La costa norte es una sucesión de playas y lagunas cerradas por morrenas. Empezamos a ver civilización, es decir, pueblos de más de diez casas. Uno de ellos pueblos presume de ser la capital islandesa del graffiti o algo así.

También está Kirkjufell, la montaña más fotografiada de Islandia. Al lado hay una caseta para observación de aves en una laguna. El parking está completamente blanco y apesta a pescado digerido por charranes, no muy agradable. Tampoco su presencia, haciendo vuelos rasantes para amilanarnos, cosa que consiguen.

Cerca del extremo de la península está el pueblo de Hellisandur y al lado pero aislada la iglesia de Ingjaldshóll. Aquí cuenta una leyenda de que estuvo Colón en el invierno de 1477 buscando información acerca de Leif el Afortunado, el primer vikingo que pisó América. Hay un cuadro sobre ese encuentro, pero es más reciente.

Doblando el cabo para empezar la costa sur está la playa de arena negra de Djúpalónssandur, con los restos desperdigados de otro barco varado y una curiosa historia de cuatro piedras de 23, 54, 100 y 154 kg que usaban como vara de medir para probar la fuerza de los marineros y contratarlos.

Y poco después el faro de Malarrif, que en las guías dicen que tiene forma de cohete pero en realidad se parece a los faros que estamos acostumbrados a ver, solo que los islandeses normalmente los hacen como una caja de galletas bajita y gris. Desde el faro sale un sendero por playas de cantos rodados de basalto para ver dos farallones en Lóndrangar. Toda la zona es muy bonita. Y con más madera de deriva.

Seguimos camino sin apenas parar. Hoy tenemos que llegar a Reykjavik. Sólo lo hacemos en Borgarbyggð, un pueblo grande en una península. Se supone que tiene un casco antiguo digno de ver, pero no lo encontramos. Desde el istmo sale un puente que cruza un fiordo. El siguiente fiordo lo cruzamos por un túnel submarino. Y llegamos al atardecer a la capital, que tiene una población similar a Coruña pero mucha menos densidad de población, así que está muy extendida.

Nos alojamos en Northern Comfort Apartments, en un barrio no muy lejos del centro. Bastante anodino y con muchas obras. El apartamento es agradable y está bien equipado, pero tiene una terraza a la que no se permite salir. Bajamos a ver el centro y a cenar. Y lo hacemos en coche pensando que estará lejos -no lo está- y que será grande -no lo es-. Después de buscar en las 4 ó 5 manzanas que lo forman cenamos en Frederiksen Ale House. Pasta, hambuerguesa y cerveza artesana. LA cerveza, sólo tomo una al año. Un local muy agradable, buena música, buen trato, buena comida y buen precio.

18 de agosto

Hoy recorremos Reykjavik, empezando por una península y una isla unida a tierra en marea baja donde está el faro de Grótta… y más charranes. Después vamos al puerto viejo, donde hay una zona de restaurantes hipsters para tomar un café decorado y caro. Pero es bonita la zona. Muy cerca está también Harpa, un moderno auditorio y centro de conferencias con una fachada parecida a un panal con cristales hexagonales de diferentes colores.

Siguiendo por el paseo marítimo hay varias esculturas, la más reconocible el Viajero al Sol, de acero inoxidable sobre granito.

Desde aquí cruzamos hacia la calle comercial por excelencia, Laugavegur. Está llena de tiendas de souvenirs y también de varios locales de las dos marcas de ropa de montaña (y frío en general) locales: Icewear y 66º North. Picamos en las dos, y volvemos al centro y a Frederiksen para comer.

Después vamos al jardín botánico. Es bastante curioso porque tiene árboles de otras zonas (en toda la isla apenas hay ningún bosque), y plantas grandes. Pero cuando te acercas a la zona marcada como flora de Islandia ves lo mismo que hemos visto todo el viaje: plantas muy pequeñas, poco vistosas y algún liquen. Y Armeria marítima, herba de namorar. No quiero pensar lo que pasará cuando viajen a un sitio tropical exuberante.

Continuamos a Hallgrímskirkja, la catedral y edificio más alto de la ciudad. Tiene una torre de 73 metros con un mirador desde donde se ve toda la ciudad, aunque llegamos tarde y está cerrado. Sí podemos ver el interior del templo, bastante más bonito que el exterior, que imita las columnas de basalto que pueden verse por todo el país. Esto sí parece un cohete y no el faro de Snæfellsness.

No nos da el cuerpo para mucho más así que decidimos volver al apartamento a cenar leche con galletas, hacer la mochila y a dormir. Pero antes vamos al extremo de uno de los muelles. Hay una instalación artística en forma de semiesfera cubierta de césped, con un sendero en espiral para llegar a la cima y arriba de todo una especie de jaula de madera llena de pescado a secar colgado de cuerdas: Þúfa.

19 de agosto

Volamos a mediodía de vuelta pero antes tenemos reserva para visitar probablemente el lugar más turístico de la isla, las piscinas termales de Blue Lagoon (Bláa lónið). No somos muy aficionados a estas cosas tan trilladas pero acabamos disfrutando la experiencia. Está muy bien organizado y la temperatura del agua es muy agradable (fuera estamos a 11º). En una caseta nos dan barro de sílice para una mascarilla, que luego nos quitamos en un chorro de agua. No se trata de unas lagunas naturales, sino que obtienen su agua de la salida de otra central eléctrica geotermal y la mezclan con agua de mar. Cerca de una hora de relax a primera hora de la mañana, antes de que se llene.

Está a menos de 10 km de Keflavik, así que llegamos muy rápido al aeropuerto a devolver el coche. No se ve de qué color es del barro que trae pero no les importa mucho, están todos igual. La carretera 1 -la Ring Road- tiene 1339 km y nosotros hemos hecho 4000. Y según las pulseras de actividad hemos caminado 120 km, al menos la mitad por el monte.

Un rato de espera en la terminal rellenando un formulario para entrar en España (WTF?) sin el que no nos dejan embarcar, y hala, a pensar en el siguiente viaje. Las ventanillas esta vez son del lado contrario al volcán y no volvemos a verlo.


Las fotografías están hechas con una Sony A6300 con lentes 12 f:2, 16-70 f:4 y 55-210 f:4.5-6.3, una Sony RX100V y un iPhone SE2020