Lunes, 14 de noviembre. Día de una luminosidad espectacular. Hoy llegamos a la Mellah y a la Kasba. El paseo nos lleva por una recóndita Marrakech misteriosa y desconocida, pero que nos invita a seguir adelante por esas callejuelas que resultan peligrosas, no por sus gentes y si por su tráfico. La tónica es la misma de siempre, gente por todos lados, a la derecha y a la izquierda. Las calles están repletas de gente que vende lo que puede, huevos, verduras, cualquier cosa que se pueda comprar. Las carnicerías son espectaculares, la carne expuesta sobre el mostrador, trozos de cordero colgados, las entrañas, no se desperdicia nada de nada.

El paseo me resulta agotador, no por los metros recorridos, si no por la tensión de los sentidos, por esas ganas de retenerlo todo. Todos los rincones, todas las sensaciones, todas y cada una de las caras con las que nos cruzamos. Esos ojos negros, expresivos que te traspasan hasta llegar a lo más recóndito de tu alma. Las mujeres, cubiertas sus cabezas unas, cubiertas sus caras otras, y otras totalmente descubiertas, se afanan en comprar. Otras en cambio, sentadas en el suelo, se afanan por vender su mercancía. Curiosamente los vendedores en de las tiendas son en su mayoría hombres, las mujeres se dedican a otras tareas, y si venden algo es en puestos en el suelo, o bien ofreciendo su habilidad de pintar la piel con henna.

Al fin conseguimos salir de esa pequeña ciudad viva dentro de otra ciudad, y llegamos a la Mellah y con un poco más de esfuerzo al cementerio judio. Podemos entrar pero no pisar donde están las tumbas, eso queda reservado exclusivamente para los judíos. Es un inmenso paisaje teñido de blanco por las tumbas.

Conseguimos llegar a la Kasbah que también es un laberinto de calles y gente y que nos lleva al palacio La Bahía que está totalmente en ruínas. Las murallas de la kasbah están colonizadas por las cigüeñas, aunque a decir verdad prácticamente toda la ciudad está tomada por ellas.

Al llegar al núcleo de la ciudad, la Plaza, decido, totalmente animada por Álex, pintarme una mano con henna. Elijo el dibujo y me hacen el que quieren, me dice que en media hora se me secará y tarda un poco más de una hora y media, y además al final me ha cobrado 150 dh. En fin dentro de la línea normal de la Ciudad.

Salimos a cenar al restaurante Argana, que tienen una terraza sobre la Plaza Djemaa el Fna con unas vistas fantásticas. Cenamos cous cous y tagine (albondiguitas cocidas en una olla de barro. (hoy disfrutamos del mayor espectáculo del mundo, desde fuera, aunque no tardaremos en adentrarnos otra vez)

Martes, 15 de noviembre. Ponemos rumbo a los zocos y curtidurías. Nada hacía presagiar lo que nos esperaba. Debo reconocer que los zocos me siguen pareciendo un lugar mágico en el cual, curiosamente, me encuentro muy a gusto. En cuanto te adentras en ellos te roban el alma, y te guían por sus calles como si fueras hipnotizado. Vas de un lado a otro sin saber muy bien hacia donde y lo que te encontrarás después de cada esquina, en cada minúscula plaza y en cada calle que lo conforman. Así de esta manera llegamos a una plaza abarrotada de gente, eso no llamaría la atención, si no fuera porqué realmente no cabe ya ni un alfiler.

Está llena de gente que venden lo que parece ser ropa, zapatos y cualquier enser de segunda mano. Pasadizos con mujeres con chilaba y velo que hacen madejas, exponiéndolas tendidas de unos hilos, son de colores vivos, naranjas, azul indigo, lo que le confiere un aspecto un tanto singular. Con gran esfuerzo, por el ir y venir de la gente, conseguimos salir y retomar nuestro camino. Nos aventuramos por unos callejones que creemos nos conducirán a las curtidurías. Nos embarga la sensación de andar perdidos, inquietud que nos perseguirá durante toda la visita. Durante el camino se nos acerca un joven e intenta darnos conversación, hasta que llegamos a la puerta de la curtiduría donde pasa el «paquete» al tipo que está al otro lado de la puerta, que amablemente nos ofrece menta para ir oliendo durante el recorrido. Vemos dos tipos de curtidores bereber y árabe, que sólo se diferencian por el tamaña de la piel que trabajan. El hedor que lo envuelve todo es insoportable, y el lugar es el más inmundo que he visto en mi vida, un barrizal hediondo, donde hombre doblados sobre sus riñones, trabajan la piel, entre pilas llenas de cal viva y otros productos corrosivos, claro está sin protección de ningún tipo. Puede verse incluso algún niño trabajando.

Salimos de aquí para ir a otra curtiduría que se encuentra enfrente, y es entonces cuando nos damos cuenta de que ahora el segundo paso es intentar vendernos alguna cosa. Le decimos que no queremos comprar y entonces nos pide 150 MAD, sin regatear directamente le damos 100 MAD y eso parece no gustarle demasiado y pide veinte más. Nuestra respuesta es dar la vuelta e irnos. El chico que inicialmente nos acompañó, aparece y también nos pide dinero y tampoco le damos nada. Ellos dos se quedan discutiendo a la par que nosotros intentamos salir de allí lo más rápidamente posible.

En la huída nos encontramos inmersos en un espectacular atasco de gente, un coche, bicis, y carros. Al empezar a circular la marea, nos encontramos al chaval, en sentido contrario, que nos indica el camino a seguir. Nosotros seguimos nuestra dirección, pero a los pocos minutos nos damos cuenta de que debemos dar la vuelta y cambiar de sentido. Al hacerlo volvemos a encontrarnos de frente con los dos pájaros de las curtidurías. No sabemos si nos están buscando o simplemente iban a la caza de nuevo, pero por si acaso decidimos entrar en el zoco, seguros de que allí nos perderán de vista. Nos encontramos en la plaza y decidimos sentarnos a tomar un reconfortante té, ahora que ya tenemos la certeza de que estamos fuera de peligro (seguramente un peligro imaginario, pero es que esta ciudad te transporta a un estado casi de ficción)