Algo raro está pasando con las réflex digitales. Hubo un momento, allá en la época de la EOS 10D, la EOS 300D, la D70, la primera 1D MarkII… en el que los fabricantes bombardearon el mercado con un buen número de modelos totalmente revolucionarios. Fueron máquinas claramente diferentes a la generación anterior, más rápidas, más resolutivas, con mejor autofoco, menores niveles de ruido… y que en muchos casos llegaron al mercado con precios que, si bien seguían siendo muy elevados, marcaron un antes y un después, al posibilitar que gran número de aficionados pudieran adquirir una de estas cámaras, iniciándose de esta forma el boom de las réflex digitales que vivimos ahora.



Posteriormente, Canon renovó su gama con la EOS 20D y la EOS 350D, máquinas que aún eran capaces de diferenciarse claramente de sus antecesoras, pero luego entró en una política de mantenimiento, sin ofrecer al usuario nada especialmente novedoso, y creó aparatos como la 1D MarkII N ó la 30D (20D N para muchos), aunque parece que está saliendo del letargo con la EOS 400D y la futura 1Ds Mark III. Nikon, más conservadora y eterna segunda en el mundo réflex digital, esperó y alargó la vida de sus D50/D70, pero puso la carne en el asador con la D200, y ahora está dispuesta a renovar de nuevo su gama baja con productos que parecen bastante prometedores. Por su parte, Olympus sobrevivió a todo esto presentando primero la E-300, luego la E-500 y posteriormente la E-330 (¿alguien ha conseguido comprar una de éstas?) manteniendo, gracias a su excelente relación calidad/precio un merecido tercer lugar. Por el camino se quedó la lengendaria Minolta, mientras que los modelos de otras marcas, como Pentax, Samsung o Leica, sobreviven con bastantes dificultades en el mercado actual.

Son ya unos cuantos años de evolución, pero muchos de los problemas más clásicos siguen sin resolverse más que de forma parcial. Por un lado, tenemos el polvo en el sensor, aunque Olympus y recentísimamente Canon, con la nueva 400D, decidieron ponerle remedio, cada uno con sus propios métodos. Por otro, tenemos el asunto de la pobreza de los visores actuales en casi todas las cámaras con factor de multiplicación 1.5 ó 1.6, de hecho, Nikon fue la primera en demostrar, con su D200, que el problema tenía solución. Además, muchos usuarios venían solicitando, desde hacía mucho tiempo, un sistema de estabilización de imagen presente en el propio cuerpo de la cámara y tan sólo Minolta fue capaz de dárselo, con su ya extinta 5D. Finalmente, tampoco puede olvidarse el problema del ruido a altas sensibilidades, que sólo Canon ha sabido afrontar de forma casi totalmente satisfactoria. Muchos inconvenientes y algunas soluciones, pero todas segregadas entre las diferentes marcas del mercado, con el consiguiente incordio de cara al usuario final.

Parece, sin embargo, que todas estas cosas no resultaban indiferentes a Sony, la gran compañía que, de un modo u otro, supo hacerse con el mercado de los videojuegos asesinando a gigantes como Sega y poniendo en apuros a la propia Nintendo. Así que, aprovechando la debilidad de Minolta, decidió absorver gran parte de sus recursos para decidirse a fabricar su propia gama de cámaras réflex digitales, las denominadas Alpha, cuyo primer representante es la Alpha 100, objeto de este análisis, y que llega al mercado rodeada de una aureola de promesas y bastante publicidad (algo totalmente típico de la marca, por otra parte). Con la Alpha 100, Sony anunció que aunaría en un sólo modelo todas las soluciones que el resto de fabricantes habían incorporado por separado a sus aparatos: estabilizador de imagen en el propio cuerpo, sistema de limpieza del sensor, visor amplio y luminoso, excelente calidad de imagen… y también varias cosas revolucionarias y exclusivas, como el sistema D-R de optimización de rango dinámico. Total, que muchos usuarios vimos en este modelo el posible revulsivo que los fabricantes necesitaban. El caso es que, por fin, tras meses de leer y leer, ha llegado el momento de valorar si Sony ha cumplido esta vez las expectativas que muchos habíamos puesto en ella o lo que anunció se queda en agua de borrajas. Trataremos de verlo con calma.