Al día siguiente teníamos previsto visitar algunos cementerios en donde yacen miles de soldados victimas de una guerra absurda, y cuyas tumbas constituyen el recuerdo de una época que no debería nunca repetirse. Si pudiésemos acceder al cerebro de los miles de soldados allí enterrados, y fuésemos capaces de recopilar todas las imágenes que captaron momentos antes de su muerte, podríamos revivir la verdadera crudeza de la guerra.

Primero visitamos el cementerio americano de Colleville-Sur-Mer, cercano a la playa de Omaha, que ocupa una superficie de 70 hectáreas y reúne 9387 cruces blancas perfectamente alineadas. Es un cementerio ordenado, muy cuidado, que quizás utiliza el blanco en sus cruces (y en las estrellas para los de origen judío) pretendiendo reflejar la pureza de las almas de los soldados fallecidos, pero adolece de intimidad. No obstante, paseando entre sus cruces, pudimos disponer de unos momentos dedicados a la reflexión.

A continuación nos dirigimos al cementerio de alemán de La Cambe. Un impresionante cementerio que reúne en sus 7 hectáreas 21.300 soldados alemanes caídos durante los combates de 1.944, enterrados por grupos, bajo cinco cruces negras. Es un cementerio más íntimo, más respetuoso con lo que significa, y que nos hizo pensar en la muerte de los vencidos, con un profundo respeto. Pudimos comprobar a través de las fechas de nacimiento de los soldados fallecidos que la mayor parte tenían edades comprendidas entre los 18 y 20 años; sin dejar de ser niños, habían pasado directamente a utilizar juguetes para matar, y sin saber por qué.